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¿DE QUE CLASE ERES TU?

Todo estudiante atento que observe el informe sobre la ejecución de Jesús, se dará cuenta de las diferentes actitudes mentales de los diversos tipos de gentes que estaban frente a la Cruz. Hay al menos cinco clases de personas cuyas actitudes eran fundamentalmente las mismas:

1. La turba vulgar que "pasaba meneando la cabeza"
2. Los gobernantes judíos, que habían consentido en la crucifixión.
3. El insultante malhechor que rechazó a Cristo
4. Los soldados romanos que no reconocían otro rey que César y..
5. Los semisupersticiosos mirones, que, al oír el grito de Eli, Eli.., supusieron que Jesús llamaba a Elías.

Cada una de estas cinco clases interpelaban igualmente a Cristo a que demostrase que realmente era el Mesías, descendiendo de la Cruz y salvándose a si mismo. La turba decía: " bah, tú que derribas el templo de Dios, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo y desciende de la cruz." (Mr 15:29-30). Los gobernantes decían: " A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar. El Cristo, el rey de Israel, descienda ahora de la cruz, para que veamos y creamos" (Mr 15:31-32). El Malhechor decía: "Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros" (Lc 23.39). Los soldados decían: "Si tú eres el Rey de los Judíos, sálvate a ti mismo" (Luc 23:37). El supersticioso decía: "Dejad, veamos si viene Elias a bajarle" (Mr 15:33).

Observemos que cada uno de ellos decía realmente a Jesús: "Sálvate a ti mismo". Todos ellos vieron principalmente la tragedia de la crucifixión, simplemente una tragedia.

Ahora bien, frente a esas cinco clases, hay una sola brillante excepción, de alguien cuya posición difería radicalmente y se expresa de un modo diferente: El malhechor que moría arrepentido, fue el primero, y el único entre todos los que, según el Evangelio, abrieron su boca en la ejecución de Jesús, que no dijo "sálvate a ti mismo", sino "Sálvame"., discerniendo quien y qué era realmente Cristo.

Si, él fue el único que vio que allí se encerraba algo más profundo, que los crucificadores adivinaban y especialmente vio con gran viveza la realidad de la reconciliación, y la vio desde el punto de vista celestial, como Dios la ve - como todos deberíamos aprender a verla-; y exclamo en aquella oración modelo, que llevaba la impronta de su peculiar iluminación: "Jesús, acuérdate de mi cuando vengas en tu reino".

Este moribundo, tan desdichadamente estigmatizado con el epíteto vulgar de "el ladrón moribundo", es realmente el creyente ideal; él y sólo él tuvo la visión correcta de la Cruz de la reconciliación; sólo él divisó algo más que los trágicos horrores del acto de la crucifixión, absorto por una más amplia realidad: Que Cristo, a pesar del tratamiento que recibía de los hombres, estaba en verdad quitando el pecado del mundo.

El malhechor arrepentido solicitó la membresía en el Reino, privilegio de Gracia que inmediatamente le fue asegurado por la respuesta de Jesús: "De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc 23:43).

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